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A VECES ME PREGUNTAN EN QUÉ CONSISTE ESCRIBIR

Care Santos

 

Te levantas y escribes. Tanto si llueve como si ventea como si luce un sol impertinente que invita a salir, escribes. Por la mañana, por la tarde, por la noche, escribes. Escribes si te duele la tripa, si has de poner la lavadora, si no tienes ganas. Aunque deberías llamar a Noséquién, escribes. Aunque suena el teléfono, escribes. Si no puedes soportar la angustia, si eres inmensamente feliz, escribes (más distraída y, seguramente, peor). Mientras se te quema la comida, mientras otro pasa la aspiradora, con la cama por hacer. Mientras empiezan los dolores de parto, mientras los hijos crecen, de lunes a viernes, en fin de semana. Muy temprano por la mañana o muy tarde por la noche (dependiendo del humor, pero también de la edad), en horas robadas al sueño, los doce meses del año, incluso cuando todos están de vacaciones, incluso cuando todos te preguntan qué vas a hacer estas vacaciones. Con horario, sin horario, con orden o sin él, sin sentido o con alguno, salga bien o salga fatal. Huérfana, enamorada, rota por dentro, enamorada otra vez, adúltera, embarazada, estupefacta de felicidad, madre reciente, agotada, madre de familia numerosa, sin espacio para ti, estrenando casa, joven, camino de la madurez, por fin madura, escribes. En hoteles, en restaurantes, en la celda de un monasterio, de cara a la pared, mirando por la ventana, en un barco que navega por el Orinoco, en lo alto de un rascacielos neoyorquino, en tu mesa, sobre las rodillas, en la cama. Escribes en servilletas, en libretas de rayas o sin rayas, a pluma, con tinta de colores, a lápiz, a boli, en el ordenador, en el móvil. Escuchando a Bach, contra el sonido del mundo, en silencio absoluto, escribes. Con frío o con calor, mientras todos están en la playa, mientras todos compran regalos de Navidad, tú escribes. Mientras tus amigas adolescentes están en la discoteca, mientras conocen a chicos y los besan y los aman y te lo cuentan, tú escribes. Mientras las mismas amigas estudian aquello que escogieron y salen los fines de semana y se lo pasan en grande, tú escribes. Mientras encuentran su primer trabajo y ganan su primer sueldo, y tú te preguntas si no deberías hacer algo de provecho, pero sigues escribiendo. Cuando todas aseguran que ahora con los hijos no tienen tiempo para nada tú no tienes tiempo para nada pero también escribes. Mientras el niño duerme, mientras el niño se entretiene —qué milagro—, con el niño en el regazo aporreando el teclado como si fuera un tambor, mientras el niño —que ya no es niño— está en el colegio, en el instituto, en la universidad, escribes. Cuando no sabes qué harás con lo que escribas, cuando nadie te espera ni te conoce, cuando varios editores te reclaman tu trabajo, con certeza o con incógnitas, escribes. Ahora que escribir es para ti algo de provecho escribes: cosas útiles, inútiles, horrorosas, pasables, legibles, ridículas, que no deberías haber escrito jamás, que ya era hora. Por la mañana, por la tarde, por la noche, tú siempre igual: te levantas y escribes. Artículos, novelas, poemas, relatos en catalán, en castellano, para jóvenes, para adultos, para los hijos, para ti, para nadie, qué más da: escribes. Mientras piensas que eres aquello que querías ser de mayor y que por esto mismo eres una persona afortunada, pero que trabajas más que doce bueyes, escribes. Y sabes que cuando los hijos vuelen y acabes de pagar la hipoteca y la vida a ratos no te guste y las amigas se jubilen y vayan a esos viajes del Imserso en que se come y se baila y te cuenten que ahora tienen todo el tiempo del mundo para no hacer nada y que deberías parar un poco, tú escribirás y escribirás y escribirás, como has hecho toda tu vida.

                Y eso es todo. En eso consiste.